No todo el mundo sería capaz de concretar una definición precisa de lo que la
expresión “virus woke” encierra en su fundamento. De modo que trataremos de
realizar un pequeño esbozo de su origen y evolución con el fin de aclarar un
poco las ideas de introducción a este artículo de opinión.
El término “woke” tiene sus raíces en la comunidad africana, remontándose a la
década de 1930. Originalmente significaba estar consciente y alerta de las
injusticias raciales y la discriminación. Posteriormente su significado se
expandió para abarcar la conciencia de otras formas de desigualdad social como
el sexismo o la discriminación a la comunidad LGTBQ+.
Pero al mismo tiempo comenzó a surgir una corriente de connotación negativa
dentro de movimientos políticos y sociales que consideran que el progresismo
ha ido demasiado lejos. Éstos, por “virus woke” o “ideología woke”, conocen
hoy a todas las políticas progresistas que luchan contra el machismo, el
racismo, la homofobia, el combate a la desinformación… Es decir, para ellos,
el progresismo se considera algo así como una infección de tintes autoritarios
que emponzoña a la civilización occidental.
Su apogeo como término peyorativo y de descalificación ha llegado en el
momento en que primeras figuras políticas como Trump, Elon Musk o Javier Milei
lo han utilizado y popularizado para descalificar las ideas progresistas
calificándolas como enfermedad contagiosa que se propaga e infecta las mentes
de la “gente de bien” o de la “civilización”.
La pregunta procedente sería la de definir cuál es la alternativa ideológica
de los que mantienen y popularizan esta acepción. Y para ello puede que nos
sirva de ejemplo del ideario político del actual presidente de los Estados
Unidos de América.
Donald Trump parte de la base de que la verdad es un obstáculo en la carrera
política, y que las mentiras, repetidas como mantra, forjan siempre una
realidad alternativa capaz de ser aceptada como “verdad”. Para ello su ideario
mantiene unas pautas a seguir: primero, no aceptar la realidad, nunca
rendirse, contraatacar pase lo que pase, asegurar que ha ganado y no reconocer
jamás la derrota. Si insiste lo suficiente —piensa Trump— cualquier mentira
será aceptada como verdad.
Segundo, estar dispuesto a cortejar la atención negativa a costa de la
persuasión. La atención negativa es suficiente para relacionarse ante una
fragmentada audiencia distraída con temas genéricos que interesan a sus
votantes conservadores. Para ello, el máximo control de los grandes medios
informativos y principales redes sociales es fundamental. Ellos conocen muy
bien cómo la avalancha de desinformación facilita el abuso de poder.
En resumen, estos nuevos oligarcas al cien por cien del tecnofeudalismo, que
no políticos de derechas y/o conservadores, están atacando a la verdad con
mentiras dirigidas a obtener el poder y sus beneficios. Son una oligarquía de
extrema riqueza, poder e influencia, que amenaza a la democracia, derechos y
libertades del mundo occidental y que trasciende a partidos políticos e
ideologías. Su consigna consiste en la descalificación y el miedo: “Para ser
respetado tienes que infundir miedo, y con el miedo obtendrás poder” (Vladímir
Putin).
Y ante todo ello, quizá deberíamos preguntarnos si los últimos acontecimientos
ocurridos en nuestro país (gran apagón, sabotaje a los ferrocarriles, etc.)
son solo una mala casualidad, o esconden bastante más en su interior. Esa es
la cuestión.
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