El poder siempre trata de controlar la información. Por eso, Jeff Bezos,
fundador de Amazon, se gastó 250 millones de dólares en comprar
The Washington Post; y Elon Musk dedicó 44 000 millones a la compra de
Twitter. Ambos, controlando estos medios de comunicación están logrando
amplificar el discurso ultra extremo en todos los países democráticos. Otro
tanto ha hecho Zuckerberg con Facebook, suprimiendo y eliminando de raíz las
barreras sobre verificación de datos.
La moraleja de estas y otras actuaciones similares se resume en lo peligroso
que resulta para el mundo democrático occidental seguir manteniéndonos tan
dependientes de los Estados Unidos desde el punto de vista de la seguridad, la
economía, las libertades democráticas y la autonomía e independencia política
real.
La Unión Europea, para hacer frente a estos nuevos desafíos necesita una
urgente reestructuración dirigida, fundamentalmente, a incluir las políticas
de seguridad nacional de los países de la Unión en el nivel europeo —como la
economía o el mercado único digital—, superando la actual situación: que la
seguridad de los países está organizada a nivel nacional. Eso impediría
situaciones como la actual en Italia, donde Elon Musk está llegando a acuerdos
con el Gobierno con implicaciones directas en la defensa nacional. Porque si
hoy ya constituye un grave peligro que la defensa global europea sea
absolutamente dependiente del poderío militar de los Estados Unidos,
resultaría una auténtica catástrofe que la seguridad europea quedara
supeditada a la actual fragmentada por países y en manos de los
supermillonarios del gran capital.
La gran baza europea, hoy por hoy, solo puede provenir de la potenciación y el
desarrollo de las nuevas tecnologías, muy en especial de la inteligencia
artificial. No podemos seguir permitiendo que las nuevas empresas tecnológicas
se marchen a Estados Unidos solo por el hecho de asegurar un adecuado acceso a
la inversión necesaria que requieran sus desarrollos. Al igual que es
absolutamente preciso para Europa incrementar la excelencia en la educación
superior concentrando los campus especializados al nivel de la Unión en lugar
de tenerla fragmentada en 27 países diferentes. Algo que, en algunos de ellos,
como España, parece una utopía cuando desde los sectores más reaccionarios y
ultras se critican decisiones gubernamentales dirigidas a incrementar las
exigencias para restringir la proliferación de universidades privadas de muy
dudosa calidad docente y una viabilidad económica absolutamente dependiente
del privado interés lucrativo.
En definitiva, es absolutamente necesario que tomemos conciencia que, para
enfrentarnos a esos poderes económicos tan gigantescos necesitaremos
liderazgos lúcidos y audaces capaces de garantizar el avance de nuestras
propias tecnologías de modo que seamos capaces de controlar los intentos de
dominio y manipulación de nuestras débiles, polarizadas e imperfectas
democracias.8
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