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Los ríos manchegos en la actualidad: río Záncara |
Escribí hace poco una remembranza sobre las Tablas de Daimiel en la que,
básicamente, venía a rememorar lo que había sido ese paraje hasta los años 60
del pasado siglo, y en lo que lo habíamos convertido cincuenta años después.
Pero lo que ahora me pregunto, con toda sinceridad, además, es por las razones
que permitieron que se consumara esa barbaridad sin que la sociedad, nuestra
sociedad manchega, en concreto, se preocupara ni por asomo de tal calamidad.
La respuesta he podido encontrarla consultando las hemerotecas de la época; en
especial Cuadernos Manchegos, editados por el Instituto de Estudios
Manchegos de Ciudad Real; cuadernos que constituyen una joya de información
sobre todo lo relativo a la Mancha ciudadrealeña en el pasado y en la
actualidad.
El malogrado don José María Martínez Val, hombre eminente en su época,
catedrático de Legislación Mercantil y Economía Política en diferentes
Escuelas de Comercio, y catedrático de Geografía e Historia en diversos
Institutos, escribió un estudio económico del Alto y Medio Guadiana (publicado
por Cuadernos en 1968) que nos permite conocer las claves del pensamiento
desarrollista que sobre cuestión de aguas dominaba en aquella época.
Para el catedrático, a la altura de la segunda mitad de los años 60 del pasado
siglo, le parecía incoherente el máximo aprovechamiento que se obtenía del río
Guadiana en su curso bajo debido al Plan Badajoz, con el abandono que sufría
en sus cursos medio y alto.
José María del Val recurrió a los estudios de Hernández Pacheco para
singularizar el Guadiana en sus tramos alto y medio: un régimen endorreico por
efecto de la gran llanura manchega, con una leve inclinación hacia el Oeste,
recorrida por lentísimas corrientes divagantes que pese a todo llegaban a
conformar el incipiente curso del río Guadiana. Teorías, hoy, absolutamente
refutadas por los estudios y la ciencia hidrogeológica, pero que en aquella
época constituían en súmmum del saber.
Don José María del Val, después de estudiar los mínimos aprovechamientos
existentes en la Cuenca Alta y Media del río Guadiana, venía a concluir que se
estaban desaprovechando unas treinta mil hectáreas de terrenos susceptibles de
transformarse en excelentes cultivos de regadío en las márgenes de los ríos
Guadiana, Gigüela y Záncara.
En línea con estos planteamientos, que en realidad fueron los que avalaron los
técnicos de la época, la Administración propició una iniciativa publicando la
Ley de 17 de julio de 1956, por la que se aprobaban las directrices generales
para el saneamiento de los márgenes de los ríos Guadiana, Záncara y Gigüela;
obra colosal que desarrollarían conjuntamente el Ministerio de Obras Públicas
y el Instituto Nacional de Colonización; todo ello con el objetivo de
convertir treinta mil hectáreas de secano en regadío. Veinte años después no
se había logrado reconvertir más de ocho mil hectáreas, y eso aún a costa de
grandes dispendios.
En resumidas cuentas, podemos argüir que, hasta finales de los años 60, en la
Mancha, la única agua que se consideraba utilizable era la superficial;
escasa, inconstante y muy costosa de regular. Sin embargo, esta Ley que tan
pobre resultado tendría en la economía del Alto Guadiana, permitió que se
demolieran las presas de los molinos de agua instalados a lo largo del
Guadiana, además de su drenaje y canalización. Como consecuencia, en 1971,
quedó totalmente desecado el paraje de las Tablas de Daimiel.
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El cadáver ecológico de las Tablas de Daimiel |
Y éste sí que debió ser el aldabonazo definitivo para comprender que las cosas
no se estaban haciendo bien, que el camino elegido no era la solución, y que
era necesario cambiar el paradigma del desarrollo que se había implementado en
la Mancha.
¿Y se hizo? —cabría preguntarnos.
Pues lo que se hizo vino a hacer bueno aquel refrán que dice que “fue peor el
remedio que la enfermedad”.
Desde comienzos de los años 70, el Instituto Geológico y Minero de España
(IGME), comenzó a desarrollar el programa PIAS (Plan de Investigación de Aguas
Subterráneas), que ya declaraba al Acuífero 23 como uno de los mayores
embalses subterráneos de España, y que, por tanto, su perímetro debía ser la
zona natural donde debería realizarse la explotación del conjunto hídrico
(superficial y subterráneo) de la Mancha ciudadrealeña. Pero previamente a
poner en explotación dicho acuífero se deberían estudiar a conciencia los
recursos disponibles para asegurar un uso sostenible del mismo. Es decir, a la
altura de 1973, los estudios científicos y técnicos ya conocían a la
perfección los ecosistemas conformados por los acuíferos manchegos y cómo
deberían ser gestionados.
Conocimiento que los políticos de turno se pasaron el “arco del triunfo”,
animando a los agricultores para que hicieran perforaciones en sus tierras y
se pusieran a regar. Y esa política agraria fue la que se aceptó sin discusión
por los sucesivos gobiernos de la naciente democracia española.
De modo que, ¡esos fueron los vientos que se esparcieron para consumar la
debacle ecológica manchega!
Los lodos resultantes se han consumado en que, cincuenta años después, nadie
ha querido o ha sabido revertir la situación; que aquí se han invertido
centenares de millones de euros, si no miles, procedentes de la Unión Europea,
con el señuelo de recuperar el Medio Ambiente que nos fue consustancial, y que
ello solo ha servido para enriquecer hasta el extremo a los que no paran de
hacer pozos ilegales y regar, y de paso, además, crear una cohorte de
funcionarios (técnicos, investigadores, centros ad hoc, departamentos
universitarios, organismos oficiales de investigación y tantos otros, que, lo
único que han asumido bien, es la convicción que del hecho de que las cosas
sigan igual (o peor) depende su pan, lo sea en forma de contratos directos,
indirectos, vía estudios informativos y/o de investigación. Y no hablemos de
las jornadas, cursos, conferencias, ponencias y demás gaitas, bien
remuneradas, de las que tan ávidos son.
Y esta es la situación. Sin más literaturas. ¡Anda y que les den!
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Patética imagen de lo que fueran las Tablillas manchegas en el río Záncara |
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