¿EXISTE UN ATAQUE TECNOLÓGICO A LA ESCRITURA Y AL ACTO LECTOR?

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Escritura en papiro

 


El desarrollo de las nuevas tecnologías ha cambiado el valor y el significado de las palabras: su alcance, su impronta, su verdadero valor. La lectura y la escritura tradicionales están en crisis; todas nuestras ancestrales ideas están en revisión ¿Qué es lo que ha de llegar? No lo sabemos. Entonces, ¿cómo idear? ¿Cómo construir y denominar al nuevo paradigma?
Tradicional e históricamente, los libros nos han servido para fijar nuestros pensamientos y poder transmitirlos a otros. La palabra escrita nos ha ayudado a ello; por tanto, nos ha ayudado a convivir. Esto ha venido siendo así desde la antigua civilización de Mesopotamia. Y si ha perdurado durante milenios, eso no ha sido por otra cosa que por su valor ancestral.
Así que soy de los que piensan que la literatura es, quizá, una de las expresiones más elevadas del intelecto y del espíritu humano. Pero necesita, como contrapartida, una lectura activa y atenta, una potente concentración que nos eleve a un estado casi meditativo. La lectura desarrolla la empatía, mejora el lenguaje, la comprensión de las ideas ajenas y la expresión de las propias, potencia la creatividad, incrementa la memoria a largo plazo, y lo más importante, promueve el aprendizaje y el pensamiento crítico… Pero, ¿somos capaces en el mundo actual de dedicar a la lectura el tiempo y la atención que merece? Pues deberíamos, porque si bien la escritura no es terapéutica, en cambio, el hecho de leer sí puede ayudarnos a entender y a sanar las cosas.
Hay autores que solo escriben sobre sí mismos, que ahondan mucho en su autobiografía. Eso suele producir dolor e incomprensión: desdén ajeno. Yo era de esos. Sin pensar que cuando escribimos siempre bebemos de un material muy íntimo, muy personal, casi orgánico y visceral. Bebemos, incluso, del inconsciente. Por tanto, resulta necesario saber relativizar las cosas; no desnudarse del todo, no descender hasta lo más profundo de nuestra propia mina. Y ello por una mera cuestión de protección y supervivencia. Es decir, para escribir hay que aprender a ser cauto, emplear con cicatería la sinceridad. Porque es peligroso actuar con ingenuidad. Y, sin embargo, escribir es la auténtica expresión superior de nosotros mismos ¡Qué contradicción!
Pensemos que la forma más humana de conocer las cosas, de transmitirlas y conservarlas, ha sido la de contar historias con el empleo de la voz. Y si bien es cierto que los humanos podemos sobrevivir sin soltar una palabra, la idea humana de sentir, gozar, amar, se me antoja que solo resulta viable a través de la palabra, esencialmente, y por su permanencia, de la palabra escrita. Pero no cavemos trincheras entre el acto de escuchar y el de leer; entre la voz y la escritura, porque van de la mano. En la voz hay escrita mucha información sobre la persona que habla. En la voz, las palabras, el canto… ahí se encuentra el origen; ahí se haya lo eterno.
No podemos obviar, sin embargo, que la irrupción de las nuevas tecnologías ha traído consecuencias inmediatas en la transmisión del conocimiento, en el proceso creativo de los escritores y en la experiencia lectora, tal y como la conocemos. Sería pecar de ingenuidad pensar lo contrario. Internet facilita el paso de lectores activos y críticos, a consumidores ansiosos y pasivos de continuos flujos de datos. Hoy se elige a los autores por su capacidad de volverse virales, más que por su calidad literaria. Sin embargo, y pese a todo, lo que se consume en las pantallas sigue siendo escritura. Así que debemos romper con la extendida idea de que con el mundo digital se pierde la escritura; el texto.
Leer en digital, o escuchar un audio con la obra en cuestión, no son sino las actuales formas de continuidad de la escritura y el hecho lector. Renunciar a ellas supondría lo mismo que renunciar a cualquier otro avance: médico, tecno-científico, social… No existe, por tanto, y a mi entender, un ataque tecnológico a la escritura y al acto lector. Existe avance y superación. Aunque ello no tiene por qué resultar incompatible con el romántico acto de leer un buen libro frente al amor del fuego; y si es acompañado con una copa del vino de tu elección, mucho mejor.


Mesopotamia: escritura cuneiforme



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