Hacia el sueño de la democracia y el bienestar |
¿Están en declive las democracias del mundo?; sería la pregunta consecuente a
la vista de lo que está ocurriendo con ese virus pandémico del resurgir de la
extrema derecha que está atacando con saña a la democracia liberal. Porque los
autoritarismos resultantes, allá donde alcanza el poder, son algo que solo
beneficia a las élites en detrimento de todos los demás; es decir, el noventa
y cinco por ciento de los ciudadanos de cada país.
¿Y esta afirmación cuenta con los suficientes elementos objetivos capaces de
avalarla con legitimidad? Pues no hay más que mirar el totalitarismo que ha
consolidado el gobierno Bolsonaro, en Brasil: ultraderechista, xenófobo,
militarista, intolerante y homofóbico. Sus políticas industriales en la
Amazonía, que prácticamente ha entregado a sus amigos empresarios, está
causando un daño ambiental irreversible al Planeta: la deforestación del
Amazonas es un ataque al pulmón de la Tierra.
Y contra este auge del totalitarismo, ¿la democracia se puede defender? Pues
eso es algo que está por ver, puesto que, Jair Bolsonaro, parece dispuesto a
dar un golpe de Estado si no obtiene su victoria en las urnas.
También lo intentó Donald Trump cuando perdió las últimas elecciones
estadounidenses, no solo permitiendo, sino alentando a sus seguidores, a que
asaltaran el Congreso. Si Trump volviera a la casa Blanca, podría significar
el fin de la democracia en los Estados Unidos.
La última advertencia nos ha llegado desde Italia, donde la formación
ultraderechista de Giorgia Meloni, ha ganado las elecciones generales, y
conducirá, aún en coalición con la derecha liberal, a nombrar presidenta del
Gobierno, a quien no tiene ningún rubor de declararse seguidora del fascismo
de Mussolini.
Pero, ante el hecho objetivo de estas realidades, existe otro no menos
objetivo, y es que, en los casos considerados, los candidatos populistas de
ultraderecha han llegado al poder a través del ejercicio democrático de unas
votaciones libres en el seno de legítimos procesos electorales. ¿Al parecer,
la historia se repite!
La cuestión, por tanto, no es, si fueron, son, o serán, legítimos estos
gobiernos de ultraderecha; sino qué está ocurriendo en el electorado para que
abandone masivamente su tradicional conservadurismo de los centros moderados,
tanto de izquierda como de derecha, que ha venido siendo la norma en el marco
del sistema democrático occidental.
Gran parte de los analistas políticos suelen hacer hincapié en la
proliferación de la desinformación, multiplicada por mil con el uso masivo de
las redes sociales. La sobreabundancia de noticias informativas es tal, que ha
conseguido que la inmensa mayoría de la población solo lea aquello que está
acorde con sus preferencias políticas; es decir, solo leen aquellos medios o
noticias que ofrecen una interpretación de la realidad acorde con sus deseos y
creencias. Y cuando además actúan, sobre todo en las redes sociales, suelen
hacerlo con los afines, desdeñando a los contrarios. De este modo, incluso
para los más independientes pensadores críticos, la búsqueda de la verdad
presenta dificultades insalvables.
De lo único que hoy podemos estar seguros, es que los partidos políticos ya
solo luchan por el poder; los que lo tienen no quieren perderlo, y los que no
lo tienen desean alcanzarlo. Y ello a cualquier precio, aunque éste sea la
propia democracia.
¿Y por qué desean el poder a cualquier precio? Pues, obviamente, por la
cantidad de prebendas que otorga cuando se ejerce sin controles democráticos;
aquellos que derivan de la constitucional separación de poderes del Estado;
algo que es inexistente en el momento actual.
Pero es que no son solo los partidos políticos los que tienen intereses: los
tienen, igualmente, los medios de comunicación afines a ellos; y todo aquel
que de una manera u otra obtenga beneficios derivados de su apoyo público. Es
decir, tienen intereses todos aquellos a los que las cosas no les van del todo
bien con los que gobiernan, y por tanto, con la llegada de los contrarios
esperan mejorar; y aquellos a los que las cosas les van bien y/o medianamente
bien con los que están, y por ello no desean cambiar.
Así que es muy posible que el gran problema no sea el ascenso de los
populismos de extrema derecha, a los que igual que ocurre con los de la
extrema izquierda, conviene tener dentro del sistema; sino la enorme cantidad
de gente común descontenta con la actuación de los políticos, la corrupción, y
con el enorme deterioro de la situación social. Si a ello añadimos el control
de la información que alimenta a cada extremo con aquel maná de lo que quieren
oír, el plato está servido.
¿Y de la democracia, qué? Pues de la democracia nada: al fin, años ha, que
prácticamente estamos sin ella, y aquí nos da igual. Porque como dice nuestro
refranero: “Ande yo caliente, y ríase la gente”. Pues eso, cada uno a lo suyo,
y los que manejan el cotarro a forrarse a costa de los demás. Al fin “lo que
es del común, no es de ningún”.
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