La selva del Amazonas es la selva más grande del Planeta. Se extiende alrededor de la cuenca del río Amazonas en Sudamérica; tiene una superficie de más de siete millones de kilómetros cuadrados repartidos por el territorio de nueve países, y alberga una inmensa cantidad de especies vegetales y animales; de hecho, se trata de un ecosistema donde se descubren especies desconocidas cada cierto tiempo. Se la conoce como “el pulmón de la Tierra”, debido a la ingente cantidad de anhídrido carbónico (CO2) que absorbe al año a causa de su flora exuberante.
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Sin embargo, la mayoría de recursos y especies del Amazonas no se supieron utilizar porque se desconocían sus múltiples funciones en los ecosistemas; tan solo las culturas amazónicas, con su ocupación y conocimiento ancestral de estas selvas, han sabido aprovechar los recursos. Así, por ejemplo, desarrollaron sofisticados sistemas de curación por medio de hiervas que, inclusive, han salvado a Europa en más de una ocasión —uso de la quinina, caucho natural, alimentos domesticados o adaptados como la mandioca o el maíz—. Ese conocimiento asociado con la biodiversidad nunca ha sido valorado ni considerado de importancia. En la actualidad existen más de cinco millones de esas personas subestimadas en la región; personas que son los verdaderos guardianes de esa diversidad puesto que toda la esencia de su vida se basa en la defensa de la integridad de la Amazonía.
Bien, pues hasta hace tan solo unos pocos años, nadie hubiera podido imaginar que este inmenso patrimonio natural hubiera podido sucumbir a los caprichos del hombre.
Estados nacionales débiles, permisivos y codiciosos, subordinados a las élites que durante siglos han tenido el poder mediante la apropiación de bienes públicos para sus usos privados, y que ahora se enriquecen de forma exponencial debido a la inmensa demanda mundial de productos de bajo valor añadido —carne, soja, etc.—, además de los clásicos: maderas, minerales, plantas medicinales…
De este modo, la primera causa de deforestación es la ganadería extensiva, una de las formas más sencillas de apropiación de tierras públicas. Se realiza a través de grandes quemas de selva, para convertir la tierra en pastizales. El resultado es absolutamente decepcionante: menos de una unidad animal por hectárea; es decir, ochenta kilos de carne/hectárea/año —comparativamente la piscicultura genera mil kilos de carne/hectárea/año—. El ganadero apenas paga impuestos por esa ocupación de tierras y para nada compensa los daños ambientales y socioeconómicos que genera.
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Los suelos obtenidos con esas técnicas se degradan con muchísima facilidad por su baja fertilidad, la erosión de las pisadas de las vacas y las sucesivas quemas para combatir las malas hierbas. De modo que pronto se abandonan para volver a repetir el proceso en nuevas zonas de selva conservadas. Esta es la historia de los últimos cincuenta años de la Amazonía.
La segunda causa es la soja. Cultivada en zonas totalmente deforestadas, despejadas y quemadas que permiten la mecanización. Si a ello añadimos otras actividades industrializadas, como la minería de metales, tráfico de maderas, explotación petrolera y construcción de grandes infraestructuras, como carreteras o hidroeléctricas, el cuadro estaría casi al completo. A cambio, la absorción de CO2 disminuye a pasos agigantados, haciendo que éste permanezca en la atmósfera potenciando el cambio climático.
Pero las consecuencias de la destrucción de la selva Amazónica no se limitan solo a estas cuestiones. Al contrario, son tantas, que seríamos incapaces de enumerarlas en este post. Pero no quisiera permitirme dejar de señalar uno de los más olvidados: la destrucción del hábitat natural de miles de comunidades humanas que han vivido en armonía con la selva durante miles de años. Un acto de inhumanidad extrema que revela la gran insensibilidad del mundo rico occidental; un genocidio con visos de holocausto similar al que consentimos en la II Guerra Mundial tan sólo permitiéndonos mirar para otro lado.
Algún día tendremos que pagar las consecuencias de tanta hipocresía política y tanto bienestar a costa de los desfavorecidos ¡Qué vergüenza para la humanidad!
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