Escribía Henry David Thoreau: “Jamás fui molestado por persona alguna salvo por aquellas que representaban al Estado. No tenía cerradura, ni cerrojo, ni siquiera un clavo que poner en el pestillo o en la ventana. Nunca cerré mi puerta, ni de noche ni de día, aunque fuera a ausentarme varios. Y sin embargo eran muchas las gentes de todas las clases sociales que venían, sin que por ello sufriera mayor inconveniente, ni echara jamás nada de menos. Estoy convencido de que, si todos los hombres vivieran con igual sencillez que yo, no habría más hurtos ni robos, pues estos tienen lugar en comunidades donde unos tienen más que suficiente, mientras otros carecen de lo necesario”.
Pozos de Navarro (La Mancha) |
Más de ciento sesenta años separan este pensamiento del momento actual. Y ante ello cabría preguntarnos ¿Cuánto hemos avanzado desde entonces? ¿Cuánto ha ganado la vida en sociedad? Preguntas de enorme importancia si trascendemos el ámbito de lo local: ¿Cuántas personas se tirarían al abismo marítimo en una patera, si en sus países de origen existiera un mínimo de progreso, educación, sanidad y justicia social? ¿Cuánta tragedia ecológica nos evitaríamos con solo un poco de freno al consumismo occidental; con solo compartir un poco de lo mucho que nos sobra; con solo evitar el incremento del armamentismo mundial?
Y sin embargo, aquí estamos. Incrementando y trasladando los procesos industriales más contaminantes a los países más empobrecidos, acelerando la urbanización y la expansión de las ciudades y engullendo las tierras de cultivo, esquilmando los recursos hídricos, agravando el problema de la escasez de tierras cultivables en el mundo. ¿Cómo alimentaremos a una inmediata población de ocho mil millones de personas en la Tierra?
La inmensa avaricia humana, unida al enorme poder de las grandes corporaciones transnacionales, han creado "becerros de oro" de cualquier negocio que se pretenda lucrativo: maderas, petróleo, minerales, plantas, especies, diamantes, tierras raras… la letanía sería inacabable. Y sin embargo, todo ello tiene un denominador común: el lucro a toda costa, sin que importe un ápice el medio natural ni el futuro de la humanidad.
Necesitamos un cambio de paradigma en nuestra forma de vida y de relación con el Planeta. Un cambio de pensamiento que nos haga comprender que en la nave Tierra viajamos todos, y todos somos necesarios para que la nave flote y podamos sobrevivir.
Dudo que éste cambio pueda realizarse de forma racional y pacífica, fruto de los avances del conocimiento científico y del buen hacer político bajo los auspicios de la defensa de la humanidad, la justicia y la equidad social. Pero ese cambio llegará. Fruto de las reacciones de los ecosistemas; difundiendo catástrofes, plagas y pandemias, cuando no de algún desastre nuclear de proporciones globales.
Ignoró cuál será la acción, pero estoy convencido de que llegará. Y aunque nuestras actuales generaciones, y quizás las siguientes, no lo veamos, la catástrofe ocurrirá. Y ocurrirá porque ya ha quedado demostrado que, a pesar de la evidencia, a pesar de los pesares, no nos da la gana aquello de rectificar.
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