El 23 de marzo de 1989, el petrolero Exxon Valdez zarpó de la terminal petrolera de Valdez, con dirección a Long Beach. En su recorrido por el estrecho de Valdez, y a punto de superar este paso, encontró en su recorrido icebergs. El capitán de la nave ordenó desviar el barco para rodear el hielo. Sin embargo, y por motivos que aún no han quedado suficientemente esclarecidos, en los primeros minutos de la madrugada del 24 de marzo de 1989, el Exxon encalló en el arrecife Blight Reef, produciendo un vertido de más de cuarenta millones de litros de crudo, que produjeron una marea negra de dos mil kilómetros sobre las costas de Alaska.
La bahía de Prince William —lugar del accidente—, y la mayor parte del territorio que la rodea, forman parte del bosque nacional Chugach, uno de los mayores de Estados Unidos. Constituye un área de alto valor ecológico, un paraje idílico en la fría Alaska al que solo se puede llegar en barco o helicóptero; circunstancia que condicionaría enormemente las actuaciones de intervención inmediata.
La tragedia ecológica fue de tales dimensiones que resultó noticia de primera plana durante semanas en todo el mundo. De modo que, la petrolera Exxon, al estar en el foco de la mirada internacional, siendo protagonista de centenares de protestas en su contra, aceleró sus operaciones de limpieza sin considerar si los medios eran los más adecuados. Por ejemplo, utilizó vapor y agua caliente para limpiar la playa, matando a los pocos seres vivos que habían sobrevivido al desastre.
Las comunidades indígenas se movilizaron en un intento de salvar a estos animales. Tres meses después, la salud de trabajadores y voluntarios, que habían ayudado a limpiar el crudo, se vio afectada por diversas enfermedades derivadas de los métodos de limpieza empleados por Exxon. Las demandas judiciales contra la petrolera comenzaron a llover desde todos los ángulos, civiles e institucionales.
Las consecuencias ecológicas del vertido que afectó a más de dos mil kilómetros de costa natural se calculó, en los primeros momentos del incidente, en más de cuatrocientas mil aves muertas, miles de nutrias, centenares de focas, incontable número de peces y decenas de orcas. En 2006, diecisiete años después de los primeros análisis, un estudio del National Oceanic estadounidense, confirmó que los ecosistemas costeros y marinos en las zonas de derrame aún no se habían recuperado plenamente, mientras que ciertos recursos, sencillamente, jamás se recuperarían; decenas de miles de personas perdieron sus medios de subsistencia, y la presencia del petróleo bajo la superficie del agua continuará afectando a la vida marina durante centenares de años.
Comprendo que gran parte de la ciudadanía pensará que estos “accidentes”, pese a resultar lamentables, son tan imprevisibles como inevitables. Que el mundo se mueve como se mueve, y que los recursos energéticos hay que transportarlos, y ello conlleva riesgos que deben asumirse como “aceptables”. Y que, por tanto, resulta una exageración de ecologistas y afines magnificar estas tragedias. Pero en realidad estas opiniones tienen bajo fundamento, y en muchos casos son fruto de la desinformación, pues ya existe un importante sector científico que aboga por el cambio de paradigma en el modelo energético. Y más aún, en la reducción drástica de los consumos: primero, de los más contaminantes, como el petróleo y el carbón; después, el gas, para ir siendo sustituidos por fuentes renovables de energía basadas en el ahorro y en la eficiencia.
Es, por tanto, una cuestión de opción política —ecología política—, la toma en consideración de estrategias a corto, medio y largo plazo, dirigidas a favorecer la transición energética, con el fin de posibilitar hacer sostenible y sustentable al Planeta. No solo en lo ecológico, sino también en los conceptos de justicia redistributiva para todos los seres humanos. La energía para el desarrollo es un derecho esencial, y por tanto debe estar a disposición de todos. Mientras tanto, guerras, hambrunas, emigración ilegal, tragedias ecológicas, son aldabonazos diarios en nuestras conciencias que nos indican que, o rectificamos, o vamos directos a un enfrentamiento global.
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