Ahora se habla mucho del cambio climático. Incluso en una reciente encuesta realizada por el Real Instituto Elcano, el cincuenta y seis por ciento de los españoles lo situaban entre el primer y segundo lugar como la mayor amenaza a la que se enfrenta la humanidad. Y sin embargo, la tibieza de las medidas para afrontarlo es algo que nos hace ponernos a temblar. Porque la pasividad política frente al rápido deterioro del planeta es causa de daños irreparables que hasta ahora parecían distantes e inconcebibles.
Y son numerosas y crecientes las repercusiones del cambio climático: pero entre ellas, quizá, la mayor sea las migraciones que se están produciendo y se producirán por causas climáticas. Millones de personas se están viendo obligadas a abandonar sus hogares, temporal o permanentemente, debido a que su forma de vida y bienestar se han visto alteradas por los cambios ambientales. Unos huyen porque sus hogares fueron destruidos por desastres naturales —ciclones, inundaciones, sequías—; otros, porque las condiciones del clima o la degradación alteraron sus recursos agrícolas o porque sus ciudades se están hundiendo, literalmente, en el mar. En la actualidad se estima que hay sesenta y cuatro millones de migrantes forzosos, gran parte de ellos debido a las condiciones climáticas. Y estos, con toda seguridad, aumentarán cada año.
Según la Organización Internacional de Naciones Unidas para las Migraciones, el aumento de migración climática afectará al desarrollo global; porque alterará las infraestructuras urbanas, ralentizará el crecimiento económico, disminuirá el bienestar social, la salud y la educación de los migrantes, y en última instancia, elevará exponencialmente el riesgo de conflictos internacionales.
Ante ello, la sociedad civil, mucho más concienciada que la sociedad política, ha comenzado a posicionarse. Las protestas de los “Fridays for Future”, capitaneadas por Greta Thunberg, han instado a los líderes mundiales a que apliquen medidas conjuntas, urgentes y drásticas. Pero estos pasos solo son el comienzo. Se necesita más, muchísimo más. La cuestión es ¿cómo lograr esa enorme movilización mundial contra el cambio climático?
Porque aún en los países altamente concienciados con la problemática, la acción política es nula, prácticamente, y la acción social, poco más o menos igual.
Sigamos como ejemplo el caso español reflejado en la encuesta del Real Instituto Elcano, aludida al principio. Según los resultados de la misma, el noventa y siete por ciento de los encuestados afirma que el cambio climático existe, el noventa y dos, que los humanos somos los responsables del mismo, y el ochenta por ciento afirma que España no hace lo suficiente para luchar contra el cambio climático. Y si existe este consenso tan mayoritario sobre la realidad del cambio, la pregunta sería ¿por qué éste no se refleja en la adecuada reivindicación social?
Seguramente que no existe una única respuesta. Pero una de las principales causas, con toda seguridad, es la indiferencia. Porque a pesar de todo lo que digan las encuestas, el cambio climático todavía es un hecho que no vemos con claridad, bien porque los que se benefician de la indiferencia tienen demasiado poder, bien porque como casi siempre, preferimos no cambiar las cosas. Eso sin contar con que también existe un importante número de personas que niegan la evidencia del cambio, o que no son conscientes de la velocidad con que se está desarrollando: porque la crisis climática es obra de una sola generación ¡La nuestra!
En otros casos, se tiende a pensar que al final el problema lo resolverá la ciencia con sus continuos avances. En realidad, excusas para mantenernos en la indiferencia impidiéndonos actuar.
Pero lo cierto es que este nuevo siglo va a estar dominado por el calentamiento global, y que ello va a afectar a todas las condiciones de vida básica conocidas hasta la actualidad. Así que la cuestión no es si vamos a ser capaces de corregir el cambio climático, que ya es algo inevitable y sin solución. La cuestión es ¿cómo va a afectar dicho cambio climático a nuestros hijos y a las generaciones que vengan detrás?
Mientras tanto, bien podríamos movilizarnos y tratar de hacer algo para ver si esas consecuencias se pueden mitigar. Aunque… mucho me temo que no.
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